El estrés es un reacción fisiológica de nuestro cuerpo en el que entran en juego diversos mecanismos de defensa para afrontar una situación amenazante o un desafío. Existen eventos estresantes, situaciones que nos movilizan y es lógico que nuestro cuerpo reacciones frente a ellas.
El problema se da cuando ese mecanismo de defensa se vuelve crónico. Y esto es algo que suele pasar en nuestro trabajo, debido a las exigencias, al ritmo que llevamos y tantos otros factores de nuestro día a día. Gracias al trabajo de muchos profesionales de la salud, desde hace un tiempo este malestar, que puede desestabilizarnos tanto psíquica como físicamente tiene nombre, podemos reconocerlo y a partir de ahí combatirlo: se llama estrés laboral.
El estrés laboral es sufrido tanto por hombres como por mujeres, pero es en nosotras que se encuentran los niveles más altos. En Glimar recibimos muchas consultas que dan cuenta de esta estadística: mujeres profesionales, con cargos importantes en empresas de primer nivel, que también son mamás, y que se sienten desbordadas por esta situación.
Y es verdad que existen jefes tóxicos, tiempos de entregas inmediatos, exigencias y compromisos que tenemos que cumplir. Pero el factor común en estas situaciones no viene de afuera, y tiene que ver con un ideal de perfección y de cumplimiento de resultados demasiado alto; tan alto que termina yéndose de nuestra manos, y convirtiéndose en motor principal de nuestro estrés.
Hacernos cargo de esto nos posiciona de una manera muy diferente para empezar a combatirla. Porque las situaciones estresantes siempre van a estar, existen en cualquier trabajo por más amor que tengamos por él. Por eso es muy importante que detectemos esos momentos en donde nos convertimos en ejecutoras de maltrato hacia nosotras mismas. Ese es el primer paso.
El segundo paso es asumir que el estrés no se va solo, que revertirlo requiere tomar una decisión, repensarse y empezar a modificar aquellas cuestiones que nos hacen mal. Y en este proceso existen actitudes relacionadas con nuestros hábitos diarios y nuestras conductas que son algo más fáciles de detectar y de corregir. Pero también tenemos que saber que posiblemente tengamos batallas más ásperas: nos esperan en el camino ciertas convicciones y estructuras mentales que rigen nuestro accionar diario, que no se detectan tan fácilmente y que trabajan de manera más sutil; pero que suelen ser la base de nuestra manera de ver y afrontar el mundo.
Existen situaciones en el contexto laboral que no podemos manejar. Lo que no podemos permitir es que un nivel de exigencia tan abrumador dirija nuestras decisiones y nuestros actos. Por eso combatir el estrés implica respetar nuestros tiempos y nuestras capacidades; en definitiva, volver a respetarnos a nosotras mismas.
¡Hasta la próxima!