¡Hola a todos!
Hace algunos días Paz Berri disparó en Instagram un debate en torno a una frase que repetimos casi a diario. Especialmente quienes buscamos diseñar nuestra vida en función de aquello que nos da felicidad hacer: salir de la famosa «zona de confort».
En una nota en su blog, Paz se pregunta si es necesario estar todo el tiempo esquivando la zona de confort. Yo le propuse repensar esa frase. Porque una zona de confort no es mala en sí misma, sino que puede estar asociada a otros sentires que no nos permiten avanzar. En este sentido, se me ocurrió pensar en tres escenarios posibles para tratar de identificar si nuestra necesidad de quedarnos o de salir de esa zona de confort es genuina y está alineada con nuestra búsqueda de plenitud.
El primero es cuando la zona de confort deriva en una especie de «adormecimiento», de falta de iniciativa o «fiaca» para cambiar aquello con lo que no estamos a gusto. Cuando notamos una comodidad que nos anestesia respecto de quienes somos, cuando nos cuesta levantarnos todas las mañanas y hacemos todo en piloto automático, cuando no encontramos motivación en lo que hacemos a diario, es momento de sacudir la modorra y buscar un cambio que nos permita liberarnos de esa «comodidad» que en realidad no nos beneficia.
El segundo tiene que ver con el estrés. En este último tiempo muchas personas decidieron dejar atrás su trabajo para iniciar un proyecto propio. En ese camino, algunos se convirtieron en detractores acérrimos de la relación de dependencia, queriendo evangelizar a todos para que «salgan de su zona de confort» y abandonen ese trabajo rutinario. En este caso, cuando pensamos en un cambio no deberíamos enfocarnos en el «confort» que genera un determinado trabajo sino, por el contrario, si es necesario en función del estrés que nos produce. Porque es verdad que hay muchas personas que encuentran alienante y estresante ir todos los días a una oficina, pero para otras el sueldo fijo a principio de mes y el cumplimento de metas claras es un alivio. Lo mismo pasa del otro lado: a algunos la incertidumbre que trae aparejada un proyecto nuevo les despierta adrenalina y felicidad, pero para otros implica un nivel de estrés que no tienen ganas de atravesar.
El tercer escenario tiene que ver con el deseo de demostrar felicidad. Las redes sociales tienen mucho que ver con esto y con la sensación de que al resto le va mejor o que le es más fácil o que es más feliz. Cuando vemos una publicidad en la tele, entendemos de manera inmediata que lo que se muestra es un escenario armado, una ficción. En las redes sociales los límites son más difusos: por un lado tenemos la comunicación con nuestro entorno cercano pero por otro nos encontramos en el mismo medio con marcas y personajes ficticios que nos venden vidas y niveles de felicidad imposibles de alcanzar. Asumir que la bloguera hiper feliz de Instagram es tan ficticia como el Mr. Músculo de la tele es una manera de entender que la felicidad no es un concepto que pueda generalizarse, sino que tiene que ver con una búsqueda muy personal. Con la zona de confort pasa lo mismo.
En definitiva, la necesidad de salir o quedarse en esa zona de confort no viene dada desde afuera, sino que forma parte del autoconocimiento, de detectar lo que es mejor para cada uno, de estar registrándose permanentemente y de manera consciente para entender qué es lo que nos hace bien.
¡Hasta la próxima!